Editorial
Cuando apagan la voz los murmullos se convierten en truenos.
Existe una curiosa paradoja en la naturaleza humana: aquello que se nos prohíbe, se vuelve irresistible. Lo tachado, lo que no podemos ver o conocer, despierta un deseo casi insaciable. Se transforma en un secreto guardado bajo siete llaves que todos queremos descubrir. Desde tiempos inmemoriales, la censura no ha logrado lo que se proponía: silenciar, apagar o eliminar. En cambio, ha actuado como un catalizador del interés público, haciendo que lo prohibido se convierta en lo más codiciado.
Cuando algo es censurado, automáticamente adquiere una dimensión nueva, casi mítica. Como si el hecho de estar oculto le diera un valor especial. Ya sea un libro, una canción, una película o incluso una idea, el simple acto de prohibirlo lo eleva a la categoría de «objeto del deseo». Las personas sienten una necesidad urgente de entender qué es lo que se les está negando, qué verdad se les está ocultando. Es como si, de repente, la censura activara un resorte en nuestra mente que nos impulsa a querer saber más, y cuando ocurre, la gente tiende a apoyar a quien parece estar siendo injustamente atacado.
Un claro ejemplo de esto es la novela, “El Guardian entre el Centeno” J.D. Salinger que fue censurada y prohibida en muchos países por su contenido considerado ofensivo para ciertas creencias religiosas. En lugar de desaparecer de las estanterías y del debate público, la censura hizo que el libro se convirtiera en un best-seller global. La prohibición no logró detener el interés; más bien, lo disparó. Gente que quizá nunca habría leído la obra, lo hizo por el mero hecho de saber por qué era tan polémica, al igual que la canción francesa “Je t’aime… moi non plus”abanderadade la sexualidad de la época que vendió y pico de millones de singles.
Exactamente lo mismo ocurrió con la película «La naranja mecánica», prohibida en varios países por su violencia explícita. La censura la convirtió en un ícono del cine contracultural, llevando a miles de personas a querer verla precisamente por su contenido prohibido. Esa fascinación por lo que no se puede ver o conocer es universal y trasciende generaciones.
Ya lo dice el refrán “Tapar bocas enciende megáfonos”
Las redes sociales, los medios de comunicación y las conversaciones cotidianas hacen que el mensaje inicial se multiplique y llegue a rincones donde, de otra manera, no habría llegado.
Pero no solo se trata de obras culturales. En el día a día, los secretos ocultos en la política, las figuras públicas o los grandes escándalos empresariales, cuando son censurados o silenciados, se transforman en la comidilla de todo el mundo, el caso clásico de «el secreto que todos quieren descubrir». De repente, aquello que se intentaba tapar sale a la luz con más fuerza de la que jamás habría tenido si se hubiera gestionado de manera abierta. El rumor crece, las especulaciones se multiplican y lo censurado se vuelve omnipresente.
¿Por qué sucede esto? La respuesta radica en la psicología humana. Lo prohibido despierta nuestra curiosidad natural.
La misma presión que se ejerce para acallar a la persona, genera simpatía hacia ella. Lo que era una simple declaración o un artículo aislado, ahora es visto como un acto de valentía, de resistencia frente al intento de opresión.
Este impulso nos lleva a convertir lo censurado en un “capricho de ensueño”. Y, en muchos casos, lo que está detrás de esa censura ni siquiera es tan impresionante como imaginamos. Pero el simple hecho de que se nos niegue acceso a ello lo eleva a una categoría casi mítica.
Lo censurado se convierte en lo más codiciado porque nos enfrentamos a lo desconocido. La sensación de que algo está fuera de nuestro control o de nuestra vista genera una necesidad por desvelar ese misterio. En lugar de apagar el interés, la censura aviva la llama de la curiosidad. Como un secreto escondido, todos quieren ser los primeros en descubrirlo, en compartirlo, en saber qué hay detrás de ese velo que se nos ha impuesto.
Al final, la censura no solo fracasa en su intento de ocultar, sino que amplifica lo que intentaba silenciar. Como un eco que resuena en las conversaciones y en las mentes de todos, lo prohibido se transforma en el centro de atención, en el tema que todos buscan, en el secreto que todos quieren descubrir.
La lección es clara: Intentar callar a alguien puede ser la mejor manera de asegurarse de que más gente escuchen lo que esa persona tiene que decir.